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sábado, 17 de noviembre de 2012

El resto no fue silencio (I)

Escrito por Antonio García Santesmases* en recuerdo de Luis Gómez Llorente. 
Publicado en Cuartopoder el 4 de noviembre de 2012

  Con motivo del fallecimiento de Luis Gómez Llorente se ha subrayado - justa y acertadamente - su voluntaria retirada de la política institucional a partir de la victoria del PSOE en octubre de 1.982. Muchos de los comentaristas han recordado su voluntaria automarginación de los fastos de la alta política y su voluntaria reclusión en el campo de la Educación, tanto en los centros de enseñanza secundaria, como en el seno de la Unión General de Trabajadores en las actividades de formación de los trabajadores. Ambas cosas son ciertas pero estuvieron unidas a una ingente obra escrita, desparramada por infinidad de artículos sobre los más variados temas que convendría recordar, analizar y estudiar, para lograr que su legado no quede en el olvido.

El abandono de la política institucional no se explica sin tener en cuenta todo lo ocurrido en el año 1979. Gómez Llorente era uno de los dirigentes más importantes del PSOE en el período que va de enero de 1976 a mayo de 1979. En aquel enero accede a la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE y vive desde dentro todo el proceso de transición a la democracia. Encabeza la candidatura por Asturias a las primeras elecciones generales y es el responsable de la relación del PSOE con la Iglesia Católica y, por tanto, el encargado de negociar todos los temas vinculados al modelo educativo.

Hoy cuando discutimos una y mil veces sobre aquel proceso de transición y cuando, gracias a las reivindicaciones de las asociaciones que fomentan la memoria histórica y a la tarea de jóvenes historiadores, vamos descubriendo los límites de ese mismo proceso hay que reconocer que no fue éste el motivo de la gran discrepancia de los socialistas en aquella primavera de 1979. En aquel momento, tanto los partidarios de Felipe González como los que apoyamos las posiciones de Luís Gómez Llorente, aceptábamos el consenso constitucional, y apoyábamos el proceso de transición pero había algo que nos separaba; no coincidíamos en la tarea a realizar a partir de la derrota electoral sufrida por el PSOE en el mes de marzo de 1979.

Los viejos del lugar recordarán que en aquellas elecciones Adolfo Suarez se dirigió  a los españoles pidiendo que no se llamaran a engaño. Si estaban de acuerdo con lo hecho hasta ese momento era imprescindible apoyar al gobierno de UCD, máxime cuando los socialistas engañaban a los españoles. Los socialistas -decía Suarez- tienen un doble programa; uno es el programa que presentan a las elecciones, un programa moderado, sensato y prudente pero el auténtico programa es otro: el auténtico programa está oculto, es un programa reflejado en las tesis del XXVII Congreso de su partido, celebrado en diciembre de 1976. En ese programa oculto hablan del control obrero y de la autogestión de los trabajadores y defienden la ruptura con el capitalismo y la neutralidad activa en política exterior, apoyan el derecho al aborto y la independencia rigurosa entre la Iglesia y el Estado. Elegir a los socialistas es apoyar el marxismo. 

Muchos expertos electorales consideraron entonces que aquella intervención televisiva fue demoledora, que Suarez movió a muchos indecisos a no dar su voto a los socialistas. Un mes después se produjeron las elecciones municipales. UCD ganó en muchas capitales de provincias pero el pacto entre el PSOE y el PCE provocó que las grandes alcaldías fueran a parar a la izquierda. 

En esa circunstancia cabían dos caminos. Uno era olvidar las resoluciones del Congreso anterior y procurar ir aproximando las tesis de los socialistas a las querencias de la mayoría del electorado; era la manera de conseguir que el voto centrista, moderado, no se sintiera espantando ante la radicalidad de las propuestas de los socialistas. La otra posición -la que defendía Gómez Llorente- consideraba que no era deseable sacrificar la identidad ideológica del Partido Socialista a las preferencias de la franja centrista que delimitaba las victorias electorales. 

Un partido socialista no debía abdicar de sus convicciones en aras de un éxito electoral inmediato. Debía vertebrar ideológicamente a las capas de la sociedad contrarias a las tesis liberal-conservadoras. Una vertebración que exigía tiempo, estudio, dedicación y un gran esfuerzo político para realizar una tarea pedagógica de persuasión y convencimiento.

Este debate entre las dos posiciones no fue un debate académico; como suele ocurrir en política se produjo inflamado por las pasiones y por los sentimientos encontrados. Al llegar a aquel congreso de mayo del 79, los delegados se dividían en tres partes: un tercio favorable a las posiciones de Felipe González, un tercio favorable a las posiciones de Gómez Llorente y un tercio que pretendía el imposible de conseguir un PSOE que se mantuviera fiel a las tesis marxistas pero que siguiera contando con Felipe González como secretario general. Felipe González dimitió y todos los que componían el sector intermedio, aterrados ante el enfado del secretario general, prefirieron que el PSOE se quedara sin ejecutiva antes de perder a Felipe González. Los vencedores afirmaban que no había que sacralizar el pensamiento de Carlos Marx y lograron sus propósito; eso sí iniciando el camino de la deificación de Felipe González. Esa deificación contó con el apoyo de los grandes medios de comunicación que estigmatizaron la posición de los críticos hasta reducir sus posiciones a la caricatura. A partir de ese momento se fue construyendo una historia oficial para la cual aquellos críticos quedaban reducidos al papel de un obstáculo venturosamente saltado para lograr alcanzar la racionalidad de un liderazgo firme, prudente, sensato y moderno que permitiría grandes victorias electorales y 14 años de gobierno.

Esa historia oficial ha inundado cientos de páginas. Algunos de los protagonistas de aquellos hechos como Pablo Castellano o Francisco Bustelo han dado en numerosas ocasiones su versión de lo ocurrido, la han plasmado en libros de memorias. No así Gómez Llorente que prefirió no volver sobre lo ocurrido aquellos días. Tampoco explicitó, en artículos o en entrevistas en los grandes medios de comunicación, los motivos de su alejamiento de la política institucional. Esta decisión, esta voluntaria retirada de los focos de la alta política, ha provocado que cada uno tenga en su cabeza una interpretación de lo ocurrido entonces. Esa voluntaria reclusión en la vida profesional y en la militancia sindical, ese silencio tan pronunciado, ha provocado que sean muchos los que piensen que el resto de su vida política constituyó un silencio prolongado. No fue así, pero para conocer el resto de su actividad, hay que poner el foco en publicaciones minoritarias donde fue difundiendo una aportación inestimable al pensamiento socialista. 

Volviendo a nuestra historia hay que decir que en aquellos meses de debate, en el ya lejano verano de 1979 se insistía por parte del sector felipista en la necesidad de enterrar la acumulación ideológica del PSOE, fruto de la clandestinidad y del exilio, que lastraba al Partido Socialista como partido de gobierno. Para Gómez Llorente, ahí estaba el peligro: el peligro del electoralismo (de decir lo que la mayoría del electorado quería oír y reducir la tarea de un partido político a conseguir un líder competitivo electoralmente) y el peligro de la desideologización, de llegar a una situación en la que fueran indistinguibles las ofertas electorales de las grandes formaciones políticas.

Frente a ambos peligros, Gómez Llorente recordaba que si uno analiza los textos de Pablo Iglesias, de Largo Caballero, de Prieto o de Fernando de los Ríos y observa lo que decían del nacionalismo catalán o del nacionalismo vasco, del régimen capitalista, de la República, de la cuestión religiosa o de la lucha de clases, constatará una enorme diferencia con los discursos de Felipe González, tanto en el estilo como en los contenidos. Ante esta situación era imprescindible preguntarse qué quedaba del proyecto socialista, en qué consistía la diferencia entre derecha e izquierda, por donde debería ir la actualización de ese pensamiento en un contexto histórico distinto al de la primera mitad del siglo veinte.

Luis Gómez Llorente sabía de lo que hablaba: era de los pocos socialistas que habían debatido con los hombres del exilio (con el propio Indalecio Prieto), que habían tratado a Rodolfo Llopis, que había publicado una Historia del PSOE desde los orígenes hasta la escisión comunista. Una vez que el partido socialista siguió la senda abierta por el electoralismo y la desideologización, se refugió en una tarea apartada de los focos pero enormemente fecunda: reconstruir la memoria de lo mejor del pensamiento socialista, dar la palabra a todos aquellos que estaban siendo olvidados en aras de las urgencias de la coyuntura política y de los requerimientos de los técnicos electorales. Aprovechó el alejamiento de los focos mediáticos para lograr que la palabra de los socialistas volviera a ser recordada. Esa fue su tarea durante los últimos treinta años, en los que para bien de la izquierda, no todo fue silencio. En la segunda parte del artículo intentaré resumir algunas de estas aportaciones.

(*)  Antonio García Santesmases es catedrático de Filosofía Política de la UNED.
Foto: Luis Gómez Llorente (izda.) y Pablo Castellano, en una imagen de 1983. / Wikipedia

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